Una casa mágica, prisión de Almanzor, y hogar de los Alonso-Membreque-Córdoba, en la que se superponen las capas de la historia de Córdoba
Si, lo sé. El título de este artículo te ha llamado la atención; te ha resultado chocante; no lo esperabas. Pero es que el lugar del que te quiero hablar sorprende más aún, un lugar donde se funden la leyenda y la historia, donde la frontera entre lo que fue, lo que pudo ser, y lo que nos gustaría que hubiera sido se difumina como los colores de una lámina dibujada a base de las sombras de la memoria, del relato popular y de los legajos de un archivo.
La Casa de las Cabezas y su hermoso callejón de origen andalusí donde la leyenda cuenta que se colgaron las cabezas de los siete infantes de Lara, es uno de esos rincones mágicos de la ciudad de Córdoba donde historia y leyenda se abrazan. Aún recuerdo los paseos con mi abuelo y mi fascinación de niño al oír que, en ese mismo lugar, el poderoso Almanzor mandó encerrar al desdichado Gonzalo Gustioz, padre de los Siete Infantes de Lara, a quien, según el relato, se le presentó en una bandeja las cabezas seccionadas de sus hijos.
Las dovelas de los arquillos y los sillares de la casa parecen custodiar en silencio el esplendor, la gloria, la vida y la muerte, los triunfos y las derrotas de una ciudad que lo ha visto todo, pero guarda secreto de confesión.
El pasado mes de diciembre tuve la suerte de visitar la Casa de las Cabezas invitado por Manuel Ramos Gil quien ha devuelto a la vida (y a la ciudad) este bello casón. No cabía en mi de alegría al poder traspasar la misma puerta a través de cuya cerradura de niño miraba en búsqueda de las sombras de don Gonzalo y Almanzor. Lo que yo no sabía es que una vez más la realidad iba a superar la ficción, que la historia puede ser tan apasionante como la leyenda.
Los aledaños de las calles de las Cabezas y de la Feria albergaron a numerosas familias de mercaderes de origen judío tras la destrucción de la judería cordobesa. Manuel Ramos está sacando a la luz algo muy desconocido para el publico tanto local como visitante: el entorno del arco del Portillo fue algo parecido a una segunda judería. Digo parecido porque sus habitantes ya no eran judíos, al menos no judíos al uso, sino cristianos nuevos, conversos que en algunos casos anhelaban su integración en la sociedad de cristianos viejos, los cristianos de “pura cepa”, y en otros, luchaban por mantener en secreto la fe de sus ancestros.
La Casa de las Cabezas fue morada de Rodrigo Alonso, un hombre próspero que había llegado a ser jurado, un miembro influyente del concejo de la ciudad. Un hombre respetable, aparentemente bien integrado entre aquellos que se decían de sangre pura y sin mácula. Sin embargo, sus esfuerzos por formar parte de la nobleza de Córdoba escondían un “oscuro” pasado. Rodrigo Alonso pertenecía a un linaje de judeconversos aniquilado por el feroz inquisidor Lucero.
El inquisidor logró lo que otros inquisidores no lograron, escandalizar a la sociedad de su tiempo por quemar en el Marrubial en un solo día a 107 personas, a estas hay que sumarles a las que en previas sentencias había condenado a la hoguera, muchas de ellas personas notables de la sociedad cordobesa. Tal fue su voracidad inquisidora que provocó una rebelión en la ciudad. Lucero logró huir y salvar su vida dejando así su cargo de inquisidor. Tras abandonar Córdoba fue nombrado canónigo de la Catedral de Sevilla.
Rodrigo Alonso, señor de la Casa de las Cabezas, pertenecía a las familias de los Alonso-Córdoba-Membreque, familias de amplia tradición judaizante. En esta casa de porte señorial, con su elegante patio renacentista, y sus bellos artesonados mudéjares, habían coexistido dos realidades enfrentadas. Por un lado, de fachada hacia fuera, hogar de una familia respetable, pero por otro, de puertas adentro, según los testimonios de la época, había existido una sinagoga clandestina, la sinagoga de Juan de Córdoba, familiar del jurado Rodrigo Alonso.
A esta sinagoga clandestina acudían otros judaizantes cordobeses a escuchar los sermones de Alonso de Córdoba quien ejercía como rabino de la comunidad de conversos. No era esta la única sinagoga clandestina del barrio, muy cerca, en el Portillo, el hermano de Juan de Córdoba, Martín Alonso Membreque usaba el salón de su casa como templo hebreo. La existencia de estas sinagogas ocultas y la gran población de origen judío de este barrio, convierten a esta collación en una auténtica “judería”.
De la leyenda de los Infantes de Lara a la triste, pero apasionante historia, de estos cordobeses que se afanaban en mantener la fidelidad a las tradiciones de sus antepasados, llega hasta nuestros días esta bella casa recuperada por Ramos Gil. Pasear por el bello patio de la Casa de las Cabezas nos hace soñar con las leyendas de nuestros abuelos y nos invita a descubrir la desconocida historia marrana de la ciudad.
Leyenda e historia, alcázar andalusí y sinagoga secreta, se dan la mano en este solar único que bien merece nuestra visita. Una casa mágica, prisión de Almanzor, y hogar de los Alonso-Membreque-Córdoba, en la que se superponen las capas de la historia de Córdoba, en la que leyenda e historia se besan hasta fundirse y regalarnos un imposible: La Sinagoga de los Infantes de Lara.
Nota: Queremos agradecer de todo corazón a Manuel Ramos Gil por su amor a nuestra ciudad y por haber recuperado para locales y visitantes la Casa de las Cabezas. Le agradecemos igualmente por su pasión, conocimiento, hospitalidad y amistad.
Recomendamos su artículo en el que podrán aprender más sobre este apasionante episodio de la historia de Córdoba. Pueden leerlo en el siguiente enlace.
http://casadelascabezas.blogspot.com/2016/02/la-ultima-juderia-de-cordoba.html
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