El Palacio Cómodo

Una manera diferente de visitar Córdoba: El Palacio del Bailío Nunca entendí porqué la marquesa había decidido abandonar…

El Palacio Cómodo

Una manera diferente de visitar Córdoba: El Palacio del Bailío Nunca entendí porqué la marquesa había decidido abandonar…

El Palacio Cómodo

Una manera diferente de visitar Córdoba: El Palacio del Bailío Nunca entendí porqué la marquesa había decidido abandonar…

Una manera diferente de visitar Córdoba:

El Palacio del Bailío

Nunca entendí porqué la marquesa había decidido abandonar la casa donde  sus antepasados moraron durante siglos para vivir en una suite del Ritz. ¿Quién en su sano juicio abandonaba un palacio bañado de patios de luz, coronado de bellos artesonados, decorado con tapices de Goya y elegante mobiliario francés?

Hace años mi amigo Jacobo (nombre ficticio) me invitó a la casa de su abuela en Cádiz. Su abuela, que en paz descanse, condesa de un condado cuyo nombre no revelo por la discreción que se espera de un leal amigo, y de un invitado de cierta educación, vivía gran parte del año en un inmenso palacio en el corazón de la tacita de plata.

La condesa disfrutaba y padecía por igual su inmenso casón. Disfrutaba sus paseos por el salón de baile donde una reina de España había coqueteado con medio Cádiz, adoraba el repique siempre puntual de la colección de más de 60 relojes. Su lugar favorito: la sala del piano, y su hora preferida: el aperitivo en el jardín de la hiedra. La condesa también se dolía, como enfermo refunfuñón, de las humedades, el frío, los altos costes del mantenimiento de la vieja casa. Aunque su principal queja era que siempre tomaba el café frio. Claro está, el café antes de llegar a tan nobles manos había recorrido patios, escaleras, pasillos y salones, y aunque servido en fina porcelana inglesa, no dejaba de ser un frio y obscuro caldo.

A su nieto Jacobo todo aquello de vivir en un palacio le parecía una bobada, especialmente tras ver la factura de la última vez que hubo que podar los arboles del jardín, “¡18.550 euros por cortar ramas! ¿A cuántos gin-tonics en el KE de Sotogrande equivalían tal suma?”

El pasado mes de enero, en plena ola de frio, estuve alojado en un palacio del siglo XVI en Úbeda (Jaén). La experiencia fue todo un placer para la vista, pero una tortura para el tacto que temblaba de frío. Os puedo asegurar que eché de menos mi pequeño apartamento que, si bien no tiene un patio porticado renacentista, es bien confortable, y, sobre todo: está caldeado con una calefacción propia del siglo XXI.

No es de extrañar que en los últimos años sean muchos los que han ido abandonando sus viejos palacios: a las luchas entre herederos hay que sumarle la especulación inmobiliaria, y sobre todo el deseo de una vida más “práctica”, sostenible y cómoda. Como dice mi muy admirado Manuel Ramos Gil, dentro de quince o veinte años este modo de vida – vivir en un palacio va mas allá de habitar, es todo un universo: una manera de existir, yo diría de sobrevivir, entre muros tan robustos como frágiles- habrá desaparecido.

Esta semana he tenido la suerte de visitar un palacio cuyas raíces se hunden en una antigua domus romana, noble solar que durante dos mil años ha acogido a alguna de las familias más importantes de la sociedad cordobesa. El palacio del Bailío, las casas del Bailío, es un bello complejo palaciego del siglo XVI. El Hotel Hospes Palacio del Bailío ocupa gran parte de estas casas que en su día pertenecieron a los linajes de los Cárcamo y los Fernández del Córdoba. Sus muros han sido magníficos anfitriones de personajes históricos tales como el Gran Capitán.

Este palacio ha hecho la paz entre el pasado y el futuro. Un palacio que baila entre la elegancia clásica del Renacimiento y la magia del Barroco andaluz. Portadas blasonadas, antiguas caballerizas, nobles escaleras, frescos, y patios andaluces rociados por el aroma del naranjo y el jazmín, acogen al visitante de hoy con el confort propio de nuestro tiempo.

Córdoba tiene un alma, y esta alma son los patios de sus casas. Córdoba tiene corazón y este corazón es el corazón de sus gentes. Así que esta vez decidí comenzar mi visita a la ciudad visitando a Alberto Pérez y Marta Aguilar, ambos al frente de este hotel donde el alma y el corazón de Córdoba abrazan al visitante.

El Hospes del Bailío ha sabido conservar la magia de una casa señorial andaluza, de hecho, uno se siente en casa nada mas atravesar el antiguo portón del patio de carruajes. La amabilidad y profesionalidad de cada uno de los miembros del equipo de la casa marcan la diferencia con respecto a esos fríos hoteles, sin personalidad, donde al levantarse por la mañana uno no sabe dónde está. En el Bailío todo huele y todo sabe a Córdoba y a Andalucía.

Tras disfrutar de un sano y sabroso desayuno andaluz en un elegante salón junto al patio de los frescos, me sumergí literalmente en las aguas de su spá, un hammam de techos abovedados en las entrañas del palacio, que nos transporta a los baños de termas de la vieja Roma y que Al-Andalus no sólo conservó, sino que enriqueció con perfumes y esencias traídas del oriente.

Después del baño me senté a leer en el patio de los naranjos, a la sombra del limonero y a la escucha del agua de la alberca. Los jardines andaluces son sueño y nostalgia de un Edén perdido, un beso lanzado a la esperanza de un paraíso que, aunque inalcanzable, se deja acariciar breve y delicadamente en el corazón de la ciudad.

Mientras tomaba un té verde en el patio de los naranjos me acordé de la vieja marquesa viuda. ¡Si ella hubiera podido obrar el milagro del Bailío, no habría tenido que renunciar a su palacio, escoger entre historia y modernidad! El Hospes Palacio del Bailío es un palacio cómodo donde pasado, presente y futuro se dan la mano. Un palacio renacentista y barroco construido sobre una domus romana, con ventanas abiertas a patios de naranjos y limoneros donde el agua corre como lo hacía en lo jardines andalusíes.

Un hogar que abre sus brazos al visitante que quiere descubrir la ciudad de Seneca, Maimónides y Averroes de un modo diferente, sin renunciar al encanto de las viejas casas señoriales, y a la comodidad que todo viajero merece en la fascinante aventura de descubrir el alma de Andalucía.

 

 

 

 

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